Como la fotografía todavía era bastante rara y cara, era común tomar un retrato familiar final después de que un miembro falleciera. Esto se hacía a modo de honrar a esa persona en sus últimos momentos. A esta práctica se le conocía como fotografía post-mortem.
Esta costumbre fue especialmente populares a finales del siglo XIX. Sin embargo, la realización de retratos de familiares fallecidos tiene una larga tradición que se remonta al Renacimiento. En aquella época se pintaban nobles en su lecho de muerte, pero también niños pequeños fallecidos.