Cazando submarinos nazis, disparando a tiburones o sobreviviendo (dos veces seguidas) a accidentes aéreos, la vida y milagros del escritor darían para una trilogía más larga que la de El Señor de los Anillos.

El domingo 2 de julio de 1961, al amanecer, en su casa de Ketchum (Idaho) Ernest Hemingway se levantó de la cama donde dormía junto a su esposa Mary Welsh, se puso la bata a la que llamaba 'la túnica del emperador' y se dirigió al mueble en el que guardaba sus armas. Poco después se pegaba un tiro en la boca con su escopeta favorita.

Cuando trascendió la muerte del célebre escritor –aquejado para entonces de varias enfermedades y en plena paranoia por creerse vigilado por el FBI–, en un principio se pensó que su fallecimiento había sido accidental: su arma se había disparado mientras el premio Nobel la estaba limpiando. Eso al menos le dijo su esposa a Frank Hewitt, el jefe de la policía local que fue el primero en acudir al lugar del suceso. No fue hasta una entrevista cinco años después, cuando Mary admitió que su marido se había suicidado. Como escribió Gabriel García Márquez, "Hemingway no parecía pertenecer a la raza de los hombres que se suicidan. En sus cuentos y novelas, el suicidio era una cobardía, y sus personajes eran heroicos solamente en función de su temeridad y su valor físico".

Fuera cual fuera la causa de su partida de este mundo –según el testimonio de quien fuera su médico personal en Cuba, el español José Luis Herrera Sotolongo, la CIA fue quien lo eliminó–, la muerte fue una constante para él tanto en su propia vida como en la de esos temerarios y valerosos personajes literarios que nos legó. La parca obsesionaba al escritor desde la primera vez que se enfrentó a ella en un campo de batalla italiano en la Primera Guerra Mundial y la idea de sucumbir a ella ya fuese frente a un soldado enemigo o corneado por un toro en los Sanfermines era algo que le resultaba irremediablemente atractivo. Como publicó la revista Time, "todo en Hemingway se ve como si fuera a través de los ojos de un hombre en el día que sabe que va a morir".

Y en efecto, a lo largo de una azarosa vida en la que además de literato fue corresponsal de guerra, (mal) espía, pescador, cazador, boxeador y mil cosas más, vio la muerte de cerca más de una vez. Estas fueron las más reseñables.

Hemingway, recuperándose de sus heridas en la PGM. HISTORICALGETTY IMAGES
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Un mortero traicionero

Cuando Estados Unidos entró en Primera Guerra Mundial, Hemigway quiso alistarse en el ejército, pero una antigua herida en el ojo se lo impidió. Entró en la Cruz Roja y se convirtió en conductor de ambulancias y más tarde terminó llevando en una bicicleta cigarrillos y chocolatinas a los soldados en las trincheras. En el frente italiano donde resultó herido de gravedad antes de cumplir los diecinueve años por un golpe de mortero austríaco cuando la contienda ya estaba acabando. De hecho el Nobel estadounidense hubiese muerto si no fuera porque un soldado italiano –anónimo hasta que en 2019 se le identificó por fin– se interpuso por casualidad entre él y los proyectiles.

Mientras se recuperaba de sus múltiples heridas en el hospital de la Cruz Roja Americana de Milán, según sus propias palabras el conflicto se saldó para él con "237 trollos de metralla, una rodilla de aluminio y dos medallas italianas". En efecto, por su valor fue condecorado con la Medaglia dArgento al Valore Militare y la Croce di Guerra.

El escritor fue un gran fan de la pesca. HISTORICALGETTY IMAGES

La batalla contra el tiburón

En un artículo de 1935 enviado a esta nuestra revista Esquire –en 1919 había sido nombrado corresponsal en Europa por el grupo Hearst– y titulado Sobre ser disparado otra vez, Hemingway escribe sobre la mejor manera de acabar con un animal de gran tamaño. Su consejo es dispararle en el cerebro si está cerca, el corazón si está lejos o en la columna vertebral si necesitas detenerlo de inmediato.

La inspiración para estas sangrientas instrucciones la encontró según relata "en el hecho de haberme disparado en las pantorrilas de ambas piernas" mientras trataba de dar caza a un esquivo escualo en un viaje de pesco en Cayo Hueso. Sobre la caza, una de sus grandes pasiones, escribió en su libro Verdes colinas de África, en el que narra sus vivencias durante un estancia de un mes en el Continente Negro, en 1933, que pasó dedicado a la caza mayor.

El escritor en su barco, al que bautizó Pilar.BETTMANNGETTY IMAGES

La caza del octubre rojo

En Cuba, Hemingway no solo disfrutó de muchos de sus años más prolíficos y perfeccionó la receta del mojito. También vivió algunas de sus aventuras más rocambolescas y temerarias. Durante la Segunda Guerra Mundial, se erigió allí en adalid antifascista creando un servicio de contrainteligencia para destapar organizaciones nazis que supuestamente florecían en La Habana. Cansado de no encontrar espías por ninguna parte, decidió pasar al plan B: detectar a los submarinos alemanes que rondaban la isla desde 1941.

Así, en 1942 reclutó a su propia tripulación, se embarcó en su bote de pesca y salió a rastrear las costas cubanas. Pero no solo pretendía avisar a la marina si encontraban alguno, quería acabar con ellos. Para ello convirtió su embarcación en un polvorín con granadas, pistolas, explosivos, municiones, un fusil antitanque, cinco ametralladoras, una emisora de radio, chalecos de salvamento y prismáticos nocturnos. Durante casi dos años patrulló la costa norte de Cuba, sin toparse con submarino alguno y menos mal, porque su plan de arrojarles granadas a diestro y siniestro era totalmente suicida.

El Nobel, de safari.

Aterriza como puedas

Actualmente, un pasajero necesitaría volar al menos una vez cada día durante 241 años para tener la probabilidad de sufrir un accidente aéreo. Y sin embargo a nuestro protagonista, cual Pepe Gáfez, le sucedió dos veces. En días consecutivos. Si no hubiera cambiado Económicas por Periodismo al año de empezar, sabría calcular las diminutas posibilidades de que eso pueda sucederte a ti.

El primero de los siniestros tuvo lugar mientras se encontraba de safari en África en 1954. Volando en una avioneta Cessna junto a su mujer, el piloto se vio obligado a intentar un aterrizaje de emergencia para no colisionar con una bandada de aves. Forzado a elegir entre tomar tierra en una zona arenosa donde estaban tomando el sol seis cocodrilos o una pista de paso de elefantes entre matorrales espesos, el piloto eligió la segunda opción y los tres pasaron la noche en la jungla rodeados de paquidermos.

Al día siguiente, el matrimonio Hemingway subió a otra avioneta... que de nuevo se estrelló y esta vez además se incendió. Los dos sufrieron heridas graves, aunque no lo suficiente para justificar que numerosos periódicos publicaran que ambos habían fallecido en el accidente. Según publicó el New York Times, la cabeza del escritor estaba vendada y se había roto un brazo, pero de buen humor y cargando con un puñado de plátanos y una botella de ginebra aseguró que "la suerte me está acompañando".

Además de a los incidentes que hemos repasado, Hemingway sobrevivió al ántrax, la malaria, la neumonía, la disentería, el cáncer de piel, la hepatitis, la anemia, la diabetes, a una presión arterial alta, a un riñón dañado, tres accidentes automovilísticos y graves quemaduras en incendios forestales. Un tipo duro, desde luego.

Fuente: https://www.esquire.com/es/actualidad/libros/a35296192/hemingway-curiosidades-muerte-suicidio-cuba/

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